Hay dos cosas importantes en la vida
Hay dos cosas importantes en la vida. La primera se asemeja más a la tristeza. Y la que más choca con la segunda es la felicidad.
Ambas, retóricas, me convencen. No sé porqué, cómo, ni cuándo llegué a descubrir los verdaderos sentidos de esa capa, que ni siquiera son cinco como me enseñaron en la escuela, tampoco seis como la película de los muertos, y menos siete, las siete vidas del gato. Los sentidos, infinitos, no me atraparon tanto por su eternidad, como por su costado sensible. Permeables a la lluvia, siempre rechazaron los pilotos que quitan la naturalidad del agua mojando tu pelo, negro, negro…tu pelo negro.
Esos sentidos son los que cubren las dos cosas más importantes de la vida: te huelo, te siento, te pruebo, te escucho, y te veo. Por momentos me siento como esos perros que con total sencillez huelen a las perras para comprobar su celo. Valga ventaja que ellos tienen: yo soy celoso, pero no olfateo. Soy celoso, y ni siquiera me descargo con los sonidos olorosos que me entran por la nariz.
Las dos cosas más importantes de la vida se describen con pocas letras: cuatro, seis, completos: depende la formalidad del hecho. Yo mejor me quedo con lo resumido; es más práctico, requiere menos esfuerzo, y me hace centrar toda la atención sobre las cosas más importantes de la vida, que son dos, número par: dos.
La otra cara de la misma moneda tiene que ver con lo que rodea a las cosas más importantes de la vida. Detrás de los sentidos, la almohada, el teclado, la propia billetera, y las estrofas musicales que entonan con furia una despedida, un adiós y un regreso, se esconde todo esto que envuelve a las cosas más importantes de la vida. Yo me opongo a que las encierren, pero los sentidos se disuelven y nunca me hacen caso: ellos te huelen, te sienten, te prueban, te escuchan, y te ven. Por momentos me siento un murciélago que desarrolló algún sentido más que otro. Pero él te siente y te muerde, sin respiro, sin piedad. Se acerca, vislumbra tu cuello, y con pasión te arranca algunas porciones de sangre que lo proveerán de una cuota importante de subsistencia. De repente tu sangre comenzó a dar vida a otros seres, pero eso nunca fue novedoso.
Hay dos cosas importantes en la vida. Yo tampoco las conozco, pero me contaron que por momentos esperan el sinsentido: nadie huele, nadie siente, nadie prueba, nadie escucha, nadie ve. Lo más parecido a alguien buscando las dos cosas más importantes de la vida. Esa vida que no huelo como un perro, pero que la veo como un sapo.
Ambas, retóricas, me convencen. No sé porqué, cómo, ni cuándo llegué a descubrir los verdaderos sentidos de esa capa, que ni siquiera son cinco como me enseñaron en la escuela, tampoco seis como la película de los muertos, y menos siete, las siete vidas del gato. Los sentidos, infinitos, no me atraparon tanto por su eternidad, como por su costado sensible. Permeables a la lluvia, siempre rechazaron los pilotos que quitan la naturalidad del agua mojando tu pelo, negro, negro…tu pelo negro.
Esos sentidos son los que cubren las dos cosas más importantes de la vida: te huelo, te siento, te pruebo, te escucho, y te veo. Por momentos me siento como esos perros que con total sencillez huelen a las perras para comprobar su celo. Valga ventaja que ellos tienen: yo soy celoso, pero no olfateo. Soy celoso, y ni siquiera me descargo con los sonidos olorosos que me entran por la nariz.
Las dos cosas más importantes de la vida se describen con pocas letras: cuatro, seis, completos: depende la formalidad del hecho. Yo mejor me quedo con lo resumido; es más práctico, requiere menos esfuerzo, y me hace centrar toda la atención sobre las cosas más importantes de la vida, que son dos, número par: dos.
La otra cara de la misma moneda tiene que ver con lo que rodea a las cosas más importantes de la vida. Detrás de los sentidos, la almohada, el teclado, la propia billetera, y las estrofas musicales que entonan con furia una despedida, un adiós y un regreso, se esconde todo esto que envuelve a las cosas más importantes de la vida. Yo me opongo a que las encierren, pero los sentidos se disuelven y nunca me hacen caso: ellos te huelen, te sienten, te prueban, te escuchan, y te ven. Por momentos me siento un murciélago que desarrolló algún sentido más que otro. Pero él te siente y te muerde, sin respiro, sin piedad. Se acerca, vislumbra tu cuello, y con pasión te arranca algunas porciones de sangre que lo proveerán de una cuota importante de subsistencia. De repente tu sangre comenzó a dar vida a otros seres, pero eso nunca fue novedoso.
Hay dos cosas importantes en la vida. Yo tampoco las conozco, pero me contaron que por momentos esperan el sinsentido: nadie huele, nadie siente, nadie prueba, nadie escucha, nadie ve. Lo más parecido a alguien buscando las dos cosas más importantes de la vida. Esa vida que no huelo como un perro, pero que la veo como un sapo.