Thursday, June 29, 2006

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Las letras también se cansan, escuché una vez en un congreso de no sé qué especialidad. Lo cierto es que todo esto va cobrando vida, y así empieza el ciclo circular: nacer, tomar fuerzas y morir en el intento.
A veces es más difícil que tomar una decisión invernal. El frío se convierte en el dueño de la pelota, y el partido no está para ganar. El frío adormece, pero ese sueño es tan placentero. Ojalá fuese invierno toda la vida, pensaba. Otras veces es fácil, más fácil que convencer a los gurises: “Si se quedan sentados 58hs sin moverse les doy un caramelo de premio. Después lo reparten entre todos”.
Lo cierto es que esto sigue cobrando vida. Todo se termina y ni las excusas se asoman para mentir un poquito más. Y ahí están: el circulo que comete su cumplido; los libros…los libros como único recuerdo; las búsquedas innecesarias que no cobran sentido; sonidos que intentan, intentan, pero nunca saben qué pasa.
…y es tan triste todo... (la calle, el subte, la cama, el loco)…que ni siquiera existe la posibilidad de “reír para no llorar”. Así es la vida dicen, cada día menos amiga de la inmensa realidad. Una realidad que paradójicamente ofrece solamente dos opciones: llorar, y la otra posibilidad es llorar.
La primera es alentadora. La glándula lagrimal promete liberar líquido para limpiar y proteger la superficie del ojo. Mientras tanto lo lubrica y humedece (para no caer en sequía). La segunda es triste. La glándula lagrimal promete agotar todo tipo de secreciones lagrimales. El cuerpo seco, sin olor, hará lo posible por sobrevivir. Su destino es incierto.
Las dos opciones quitan la poca vitalidad que emana, y en un gran esfuerzo por redimir la razón, los brazos se caen, el cuerpo comienzan a flotar, y el llanto se convierte una vez más en el tonto rehén de siempre.
…y es tan triste todo. Lo que termina, lo que empieza, lo que pasa, lo que deja de pasar. Ahora la tarea abandona la simpleza para empezar a buscar en lo más hondo de la ciudad ese primer segundo que siguió siendo eterno. Algo extraño, que se volvió normal, para volver a ser extraño. Un segundo. Fue un solo segundo que empezó, siguió, creció y aún no termina. Fue un solo segundo que despidió al orgullo y recibió novedad: para bien, para mal; todavía no se decide. El segundo está intacto y confía en la magia del tiempo que escapa a lo lineal, trasciende lo temporal y descansa una vez más en la eternidad.
Ya dejó el juego. Se fue. Ahora es esperar, o buscar las mejores mentiras que se hayan dicho y hecho en la historia universal de la humanidad para simular choques esperados, espontáneos, esos que solo pasan en un segundo. Por lo menos por un tiempo, por un rato, por un segundito nomás, para que deje de ser tan triste. Esto, lo otro, aquello.

Sunday, June 25, 2006

19/12/01

El 19 de diciembre del 2001, Lucas miraba la televisión. Disfrutando de sus vacaciones, nunca llegó a dudar de su actividad preferida: ser pasivo. A Lucas le habían aburrido las historietas. “Tenía que leer mucho, y no daba”, me contó el día que empecé a reconstruir este hecho. Por eso es que el pibe había elegido la pantalla como el medio más expresivo de todos.
En ese momento Lucas andaba por los ocho años, un verdadero mocoso, como lo sigue llamando Gonzalo, su hermano mayor. Gonzalo es un tipo particular. Él no eligió ser pasivo como su hermano. Tal vez se pasó de activo y las noches llenas de drogas y putas lo empezaron a transformar en un verdadero fantasma, de lo más pasivos. Ni Lucas ni Gonzalo estaban lejos de la conformidad. Con niveles diferentes, ambos no eran conscientes de su realidad. No, esa no. Hablemos de la realidad, la verdadera.
El 19 de diciembre del 2001, uno de los canales de aire más conocidos había anunciado para las ocho de la noche la película de los ídolos de Lucas: los Power Rangers. Hacía tres años que los venía viendo en dibujitos y la boluda de su vieja (como me la describió el otro día), no lo había llevado al cine para ver el estreno: (Laura siempre estuvo en contra de la violencia televisiva). “Todavía me acuerdo los comentarios de mis amigos sobre la película, qué hijos de puta”, me contó hace poquito Lucas.
La espera lo estaba matando. Eran las siete de la tarde y recién comenzaba la novela que precedía a la película. De fondo, como una bomba histérica que explota sin control, Lucas escuchaba a su hermana Belén quejarse: “Cállense negros de mierda, quiero ver la novela”, gritaba por el balcón: las cacerolas la estaban enfermando.
7:30…7:40…7:45…7:50…7:55…la película iba a empezar, pero la pantalla pintó rápidamente otra escena: “Mensaje de la Presidencia de la Nación”. “¿Qué es esto?”, pensó asustado Lucas. Desesperado y con mucha ansiedad, agarró el control remoto y empezó a cambiar de canal: en todos estaba el mismo tipo hablando. “¡Mamá!”, gritó Lucas. “¿Qué es esto?”. Su madre no estaba en casa. Gonzalo se acercó y le dijo: “Es tu presidente boludo, ¿no entendés el quilombo que hay acá?”, le contestó. “Pero, ¿no van a pasar la película?”, preguntó ingenuamente Lucas. Mientras tanto se escuchaba al tipo que hablaba. Con traje y en un escritorio con banderita de Argentina, afirmaba: “Declaro el Estado de sitio…”. “¿Y eso?, preguntó Lucas. “Quiere decir que el presidente te ordena a que te quedes en ese mismo sitio y en ese mismo estado, así que no te muevas, mocoso”, le contestó su hermano pegándole una trompada.
Lucas se había quedado sin la película. El mensaje presidencial le había ganado espacio al ansioso sueño del mocoso.

Ya pasaron más de cuatro años y Lucas nunca más tuvo la posibilidad de ver la película. “Con el tiempo me fui olvidando”, me contó. Se acordó casualmente el otro día en su clase de historia argentina. Su profesor Claudio disparó el tema: “¿Quién puede contar lo que pasó en diciembre del 2001?”. Ninguno se atrevía a hablar, y por dentro Claudio pensaba tristemente en esa fecha. Se acordó de sus putos ahorros; de la despedida de su anterior trabajo y de la cantidad de horas manejando ese taxi Peugeot 504.. Claudio iba recordando cada uno de los momentos que la crisis había marcado. No podía parar de pensar. Era la primera vez que enseñaba el tema, y jamás imaginó que lo afectaría tanto.
Y la clase que seguía en silencio. El profesor estaba en su mundo, y los alumnos no sabían qué hacer: se sentían muy pequeños para hablar del tema. Pero Lucas también pensó. Después de tanto tiempo sin recordarlo, volvió a pensar en ese día. Pensaba con bronca y nostalgia; como si nunca más pudiera perdonar al tipo que había cancelado la esperada pelicula.

Tuesday, June 20, 2006

Insomnio

Pensar hasta que duela, y visitar los rincones más escondidos de la mente. Esos que salen cuando están solos, por miedo, vergüenza, algo de pudor. Y después de pensar, empezar a jugar un rato: juguemos al ser o no ser de Hamlet; juguemos a las escondidas; juguemos a la guerra y caguémonos a tiros, pero después firmemos un lindo acuerdo bilateral; juguemos a imaginar que nada existe, aunque sea por un tiempo. Un tiempo sin tiempo, eso es, algo que sea eterno. Los relojes que se apagan, y un presente que no duda en detenerse, porque sabe que el pasado es ilusión y el futuro una mentira. Pero aunque no quieras que pase, pasa. Porque dicen que la noche no nació en un buen día. Dicen que la noche peleó, y fue tal la derrota, que su único destino fue la soledad. Y no dejar de pensar. Y no tener nunca más la mente en blanco, porque todo es azul, y lo azul irreversiblemente es todo. La escena sigue siendo igual, no avanza, ni tampoco quiere avanzar.
El tanguito que sigue sin alegrarnos…el tanguito sigue sin alegrarnos, ¿ves? Y tal vez ahí esté tu tristeza, en las melodías de las calles porteñas; en el farol de la calle bostera que no para de cantar. Tal vez ahí esté tu angustia. Porque nuestros nombres equivalen a la piel, y la piel solo compra risa. Y aunque tu tango no la venda, agradezco que siga siendo gratis por un tiempito más, hasta que tu esencia de un paso al costado, y mi estúpida risa te vuelva a contagiar. Porque el tango no olvida, el tango extraña. Tampoco llora. Es que solo camina un poco triste esperando que tu llamado no haya sido en vano. Rogando que algún día lo perdones, aunque sea con otra canción. Porque él también quiere volverte a ver, pero las melodías siguen sonando, y la nostalgia de aquellos barcos europeos aún no se va. Y no me extrañaría que vos fueras igual que tu tanguito, ¿ves? Yo sabía que no podía ser todo tan real.

Thursday, June 15, 2006

Salir

De chiquito me enseñaron un postulado que hasta el día de hoy recuerdo: donde haya una puerta de entrada indefectiblemente nos espera otra de salida. Años más tarde, cansado de la teoría, comencé a comprobarlo empíricamente. Todavía tengo en mente la primera vez que estuve en un cine. Imposible olvidar ese cartel verde que indicaba por donde debíamos entrar para ver “Los locos Adams” (la primera versión). Fue en ese lugar donde descubrí que la frase aprendida era totalmente falsa. ¿Adónde estaba la salida? ¿Era yo el que no la veía, o realmente no estaba? Después de tantas preguntas llegué a la conclusión de que la misma entrada era utilizada como salida. “Esto no tiene gracia”, pensé. Toda mi ilusión se había caído. Yo estaba realmente ilusionado con encontrar algo nuevo. Había confiado en el postulado que, si mal no recuerdo, me había enseñado Silvia, una maestra de salita de 4. “¿Ven esta puerta que dice entrada?”, nos preguntaba Silvia. “Bueno ahora miren esta otra que dice salida. ¿Cuál es la diferencia?”, volvía a preguntar. “Evidentemente por una entramos y por la otra salimos, Silvia. Es como el gran proceso del ser humano; es como el sentido de la misma vida”, le contesté algunos años después.
Ahora que puedo confirmar que había sido Silvia la dueña de esa enseñanza, la maldigo por el resto de mis días. ¿Acaso nos mintió? ¿Nunca pensó en que una frasecita tan absurda pudiera modificar nuestras vidas? Yo no estoy entendiendo algo. Hay entradas, eso se sabe. Hay entradas hasta en el hombre, ¿y sus salidas? Tal vez no existan, o tal vez su única consecuencia sea la calvicie total. Quedar pelados hasta encontrar la salida, claro ahí está la solución. Es decir, nacen entradas y no encontramos las salidas hasta que quedamos pelados. ¿Tiene algún sentido todo eso?
El problema sigue siendo la salida, la entrada está resuelta.: entramos y punto, no sabemos en qué momento, con qué forma, o por qué, pero entramos. El qué hacer después se torna un poco más complicado. Entramos, nos gusta, nos hace bien y nos quedamos. Entramos, nos gusta, no nos hace bien y no podemos salir. Y no es que ahí se encuentre un problema más como cualquier otro: Ese es el único y absoluto punto por resolver en este momento. Entrar y poder salir, una utopía más de esta novela que, aunque le quede poco, todavía no tiene un fin.

Monday, June 12, 2006

Sobre el olvido

Tanto tiempo pasó de la última jugada que las páginas comenzaban lentamente a poblarse. Seguramente este haya sido el único camino para no olvidar, pero no por una cuestión natural de no buscarlo, sino porque nadie quería que el olvido se transformara en recuerdo (eso es puramente artificial), aunque seguramente hubiese sido mucho más leve que un recuerdo convertido en olvido*. Gracias a Dios esto último es tan inexistente como improbable. Además, ¿quién fue el anunciante de la teoría del olvido? ¿Realmente existió? Por ahora no. O tal vez sí, y ya lo olvidamos…

*(El olvido se mantiene intacto en sus dos etapas: una positiva y otra negativa, si se quisieran etiquetarlas de alguna manera. El olvido que se hace recuerdo toma lugar en el primer espacio, y no es otra cosa que una sensación agradable de algún acontecimiento de la vida que quedó ahí, en algún cajón con tierra, un poco de tierra. La segunda etapa consiste en ese recuerdo ya olvidado, en donde ni siquiera quedan huellas de lo vivido).

…Había pasado un tiempo, mucho tiempo de la última jugada. Sin embargo el olvido parecía no asomarse. Pero esto era puramente ilusorio, porque eran los mismos ojos los que no querían ver esa llegada; su mirada estaba concentrada en esos pocos segundos que se tienen por semana. Claro, la vista debía descansar lentamente para poder captar todos y cada uno de los movimientos. Debía estar latente y porqué no expectante de la situación, de la extraña situación.
Pero en verdad todo esto es más simple de lo que parece. Acá no hablamos de juegos de palabras, y ni siquiera de contradicciones. Todo es cierto en este espacio, o tal vez no. Igualmente claro está que las letras siguen siendo el mejor reflejo de lo que pasa, pero no el único. Los pactos también nos hablan, nos miran, nos interrogan, nos acarician, nos dan la espalda, nos aprietan y nos matan.

Hace unos días la locura hizo un pacto con los ojos. Por suerte, o desgracia, pude presenciar ese momento. La locura tomó la palabra y los ojos escuchaban. Era todo tan confuso. Ambos discutían, y juro que hasta llegaron a golpearse. Los ojos siempre fueron más sumimos, pero nunca dejaron de imponer cierta autoridad (sino los llevan por delante, como siempre). La locura estaba loca, y no es una tonta redundancia. Repito: la locura estaba loca en serio. Nunca la había visto así. ¿Qué le pasaba? ¿En qué pensaba? Ni los ojos lo sabían. Toda la atención estaba concentrada en el pacto, era un momento tan especial que hasta llegó a tornarse insoportable. Igualmente el pacto fue más sencillo de lo que esperaba: se llegó al acuerdo de que los ojos no podrán mirar otra cosa que su figura, sí, la de ella. No tendrán tiempo ni espacio para mirar alguna otra especie. Ya no podrán ver el sol, la silla, el agua, el pan, la luna, el auto, la tierra, la taza, el árbol, el perro, el libro, el disco, la foto, la sombrilla, el charco, el llavero, el café, la mesa, la plaza, el tablero, el poster, la tele, la hoja, el gato, la pizza, el mate, el niño, la moto, la montaña, el puño, la nube, el barco...
Esas eran algunas de las condiciones que la locura y los ojos habían firmado. Los ojos no quedaron muy conformes, pero la locura siempre mandaba, hasta en los momentos más pacíficos del hombre.

También hablaron de la posibilidad de no dejar entrar al olvido; de no permitirle que pise el más mínimo rincón. Ese fue uno de los pocos puntos que no tardaron en solucionar. Ni siquiera discutieron, porque esto es realmente simple: los dos se alejan del olvido; los dos lo rechazan; los dos no quieren sentir su presencia; los dos no pierden tiempo en pensar en su regreso; los dos están convencidos de que todo esto es verdadero; los dos saben que algún día se va a dar. No saben cuándo ni cómo, pero por el momento el olvido no llegó, y este es un buen punto de partida, creen.

Thursday, June 08, 2006

Húmedo el día

La rutina hizo que el abrigo sea un simple adorno en la ciudad, eso no es extraño. Salir y no encontrar el frío fue menos grave que empezar a depender de algo que ni siquiera tiene nombre, y no por su simpleza o indiferencia de llamarlo de algún modo, sino porque admito que ciertos nombres quedan chicos.
Que el día haya empezado con una esperanza tampoco es extraño: Nos levantamos, enfrentamos el día y volvemos a dormir. Esas acciones no son otra cosa que la espera esperanzadora de que algún día todo va a mejorar. Y sino, ¿para qué levantarse? Mejor quedarse durmiendo en otro sueño un poco menos real que el sonido del despertador aturdiendo al oído. Suena, lo apago y me levanto con el timbre de ese aparato en mi cabeza. Ese fue y es el primer contacto del día que nos lleva inevitablemente a depender de esa sensación que no puedo etiquetarla con algún nombre, pero que sí puedo afirmar alguna que otra cosa sobre su dependencia. Es ese sonido el responsable de que los hombres dejen de soñar. Es ese sonido el que indica la hora de la realidad, ordenando a cualquier sujeto un nuevo o rutinario mandato.
Cruzar la plaza tampoco es extraño. Y ni siquiera es parte de la rutina. Atravesarla es una exigencia del día que muchas veces deja de ser obligatoria para convertirse en una satisfacción, como hoy, que no quedaba otra alternativa que ir hacia lo que quiero, odio, busco y rechazo a la vez. Así se va aprendiendo que no todo tiene sentido; que hay cosas tan absurdas desde afuera pero tan importantes por dentro que muchas veces dan miedo.
Y lo esperado pasa tan rápido que mejor no recordar, y no por conveniencia, sino porque no hay nada bueno para hacerlo. Es tan difícil volver que inmediatamente entra en juego eso que algunos llaman nostalgia. Y qué significa esa palabra sino un ferviente rechazo al presente para volver a alguna situación del pasado. Seguramente como sinónimo de bienestar o satisfacción, pero qué pasa cuando de ese pasado no han pasado ni siquiera unos minutos; qué pasa cuando uno quiere quedarse en el estado anterior por siempre; y qué pasa cuando sólo queda caminar bajo la lluvia con un deseo omnipotente de adelantar el tiempo para volver a vivir lo mismo que recién, aunque sea por unos minutos, como siempre.
La vuelta sigue siendo normal, pero con una sola diferencia: ahora sí hay un momento para entrar al quiosco, tomarse algunos minutos para decidir qué golosina comprar, y seguir caminando con esos regalos que tan bien hacen: chocolate y música, la mejor combinación para un día tan gris. Después no queda nada más que esperar la comunicación de todos los días. Esas benditas letras, que por más pequeñas que parezcan, influyen sobre el ánimo: se modifica y perfecciona; se modifica y empeora. Y lo que hay detrás de todo esto nadie lo sabe, aunque igualmente haya una mínima esperanza de que esas letras se transformen en sonidos para siempre, para escucharlos y acompañarlos con otras formas un poco menos verbales y racionales. Porque levantarse a la mañana sin pensar en eso no tiene ningún sentido, menos aún despertarse sin estas ganas de escribir las únicas líneas que cuentan todo lo que pasa, para que las leas y entiendas que la humedad no es lo único que mata, esa es una simple excusa para disfrazar lo que mata de verdad.

Tuesday, June 06, 2006

Como Bruno

Hay ciertas cosas de la vida que a Bruno le llaman la atención. Tal vez sea ese el separador que lo distingue del resto de los hombres. Bruno reconoce que no es normal. A veces se siente hasta estúpido hablando de ciertos temas que son propios de un niño.

- Puede ser lo que decís. Pero siempre le busco algo más, no sé cómo explicarles esto que me pasa.
-¿Todo te llama la atención si o no Bruno?
-Bueno sí.

Bruno es así, ¿lo ven? Es tan fácil de convencer. Siempre hace lo mismo: expone su punto de vista (generalmente relacionado con lo que alguien haya dicho). Después duda de lo que uno le dice. Y finalmente termina afirmando la posición del otro. Tal vez sea ese otro separador que lo distingue del resto de los hombres: Bruno no es egoísta, y menos orgulloso. Le encanta dar la razón, y no sé porqué, pero da la razón como un niño que no sabe qué decir.

-Bueno pará. Si no comparto la opinión de los otros no me gusta dar la razón. Cuando puedo opino. Todo depende. Depende de la situación en que esté.
-¿Das siempre la razón si o no Bruno?
-Bueno sí, tenés razón.

Pero esta no es su parte principal. Bruno va por otro lado, y tal vez por eso siempre termina aceptando todo. Bruno no pierde tiempo en discusiones absurdas. Sabe que al fin y al cabo cada persona tiene su propia razón, y que difícilmente él pueda hacer cambiar de parecer. Por eso Bruno utiliza su tiempo en otras cosas que no sé cómo llamarlas…

- Es fácil: todo me llama la atención, así se llama.
-Gracias Bruno.

Bruno es así, ¿lo ven? Tan simple que asusta. Tan simple que algunos llegaron a llamarlo mediocre, pero él no cree que pertenezca a esa porción del mundo. Bruno es como es. Admira la naturaleza y el arte. Admira a las personas (casi a todas). Admira a la gente que también sigue admirando, y también le llama la atención que ciertas personas hayan perdido esa capacidad.
Bruno me contó que el otro día se había quedado horas enteras escuchando música admirado por la combinación de 7 notas universales y musicales: do, re, mi, fa, sol, la, si. Le llama la atención que de esa mezcla musical broten melodías y estilos tan diferentes: de los coros de Séneca a Vivaldi; y de Vivaldi a Led Zeppelin. Le llama la atención que de la combinación de 7 notas musicales el ser humano pueda cambiar su estado de ánimo: de feliz a triste.; y de triste a feliz.
Con la pintura también se asombra. Le llama la atención que con un simple pincel y alguna que otra pintura se hayan pintado obras tan diversas: desde los frescos laterales en la Capilla Sixtina al graffiti que pintaron en el pabellón 105 de la cárcel de Devoto; y desde un dibujo que pintó su sobrino para el 25 de mayo a los girasoles de Van Gogh.
También me contó que admira las letras. Admira que de la combinación de 27 letras se puedan decir y escribir tantas cosas: desde una carta de amor infantil a un cuento borgeano; y de un cuento borgeano a un fallo judicial. Le llama la atención cómo con 4 letras (a, r, m y o) se puedan enumerar tantas cosas: desde el sentimiento más profundo como el amor, a una de las ciudades más importante como Roma; desde un nombre tan singular como Omar a una fruta tan deliciosa como la mora. Le llama la atención que de la combinación de 27 letras el ser humano pueda hacer o destruir; querer u odiar; llorar o reír; admirarse y dejar de estar sorprendido a la vez, aunque eso a vos no te pase nunca Bruno, ni siquiera en esta narración.

Friday, June 02, 2006

7.200

Él sabe que ella no es de mentira. Él conoció de todo, pero ahora se da cuenta que no vio nada. Él mismo me contó que la espera lo está matando, pero no cree que sea ansiedad la palabra correcta, sino más bien alegría. ¿Alegría? ¿Por qué dijiste eso? Estás mintiendo ¿no?
Él hizo de todo: pensó, pensó, pensó, pensó tres veces que iba a pensar la manera más cercana de pensarla. Así terminó buscando algo que no buscaba: no pensar más, menos mal. Él sigue esperando, y me confesó que la espera lo volvió tan loco que hasta llegó a recurrir a su peor enemigo: el número. Ahora él puede contar los segundos de felicidad que tiene por semana: 7.200, equivalentes a 1.028 abrir y cerrar de ojos, equivalentes a 6.958 pulsaciones, equivalentes a…y sigue esperando.
Él sabe que no sabe qué hacer cuando llega ese día, esa parte del día, bueno… esa mínima parte del día, sí, esos 7.200 segundos. Llega. Saluda. Sonríe. Mira. Habla (poco). Sonríe. Mira. Y se va. Y ahora deberán pasar otros 597.600 segundos más para volver a verla, equivalentes a 85.371 abrir y cerrar de ojos, equivalentes a 79.650 pulsaciones, equivalentes a…y sigue esperando.
Sigue esperando que llegue ese día. Se prepara toda la semana. Es un acontecimiento especial, tiene que aprovecharlo. Él sabe que esto es un juego y que las reglas son estas. Él sabe que ante el mínimo error pierde, y que no hay posibilidades de volver atrás, sino de esperar hasta el turno siguiente, que sólo él sabe lo que demora.
A la semana siguiente vuelve el turno. Llega. Saluda. Sonríe. Mira. Habla (tal vez un poco más). Sonríe. Mira. Y se va. Y ahora tiene que esperar esa maldita cantidad de segundos que lo separan de su vida.
Él no puede creer que ahora pueda volver a creer en algo que ya no creía. Y no quiere llamarlo magia, él odia lo cursi. Él no puede creer que su vida dependa de eso, y no quiere llamarlo ilusión, no quiero llamarlo obsesión, no quiere llamarlo alucinación, no quiere nada de eso. Él sólo quiere soñar (aunque su rechazo a lo cursi no se lo permita), porque sabe que durmiendo la espera se hace más corta, y aunque él no entienda nada, tampoco le interesa saber qué entiende ella. Por el momento sigue escuchando ese tanguito y esperando que algún día ella también lo espere.