Wednesday, October 31, 2007

Recuerdo algo de las monedas

“Y si hay que dejar de brillar
para que vean una moneda de papel
que no se deja ver caer
ni se sostiene…
…aunque cueste una abertura
no va a llover”
“Menos mal” (Masacople)
Año 2001

¿Quién da más? ¿Quién gana? Preguntale a tu boca de urna sino. Preguntale. Ella sabe, es tan bocona que sabe. Y sino a joderse, así nomás, a joderse. La última vez que vi un ganador era un ganador de los boludos, los que creen que lo ganaron todo, cuando todavía no se ganaron ni a ellos mismos.

La felicidad. El amor. Y la paz.

Hay monedas truchas, hay monedas falsas. Preguntale al colectivero sino. Preguntale. Él sabe, su trabajo es tan monedero que sabe. Las de cincuenta son las peores, que hijas de puta. Y yo de chiquito me preguntaba: ¿pero no es más caro trucharlas? (aún me lo sigo preguntando). Las de veinticinco son un toque más creíbles, les tengo más fe, sé que no me van a cagar. Son monedas que brillan, las verdaderas brillan. Y algunos no les dan pelota, pero ellas siguen brillando, opacando a las truchas, pisando a las de papel. Y la gente mira, reflexiona, y las de papel chochas. Sonríen como si nada, sonríen sabiendo que son de papel. Por fuera burlan, por dentro destiñen.

La felicidad. El amor. Y la paz.

Ahora es cuando se vuelve a lo escrito en la adolescencia. Vergüenza y nostalgia. Más vergüenza que nostalgia. Menos nostalgia que asco. A veces las grandes monedas se apagan. Le dejan espacio al papel. El papel chocho, estoico como soldado. No va a llorar, nunca va a llorar. Y ahí siguen las monedas, las otras, las verdaderas que no muestran… como vos, como te digo, como ejemplo. Y al fin y al cabo las monedas truchas se truchean para toda la sociedad. Se las descubre, se las niega, se las rechaza. Y se quedan afuera, para siempre. Se quedan afuera, hasta del bondi, hasta del bondi se quedan afuera.

Saturday, October 20, 2007

Los oídos del cielo

El 20 de octubre del 2007 a las 11:30 am, en ese mismo instante en que los pájaros vuelan por temor a ser escupidos, en ese real segundo en que el sol quema la piel y la deja de quemar por que una nube se cruza en su camino, yo estudio a un autor que dice que la comunicación es necesaria porque “con la comunicación soy con los otros” y algo así como que si no comunico no soy nada. “Imposible no comunicar”, sostienen otros autores. Todo el tiempo, a toda hora, como un canal de televisión que transmite las 24hs malditas horas del día, el ser humano comunica aunque esté solo en un bar tomando un café y leyendo una novela de Paulo Coelho que hable de que algunas cosas se pueden transformar en oro.

En ese mismo instante en que la gente compra regalos para el día de la madre, en que otros se desperezan como leones en celo después de una noche de lujuria, rezos y castigos, Dios escucha que algunos se comunican con Él. Prendo la tele, me devuelve algunas imágenes de la pasada peregrinación a Lujan, y después de ver a esa masa ferviente de personas caminando sin razón hacia la Basílica, me pregunto cuántos oídos tienen Dios, la Virgen, y el santo que se les ocurra inventar.

Vuelvo a mi texto de la comunicación, y casi sin darme cuenta, paso por alto una frase de Gabriel Marcel que dispara “Dios es aquello por lo cual pueden comunicarse entre sí las personas individuales”. Y pienso en el tipo que va a San Cayetano y le pide a Cayeta que el sistema laboral no lo excluya tanto. Pienso en la vieja que camina hacia Luján rogándole a la Virgen que los hospitales públicos le den bola, y que -con una ayudita de Ella de paso-, su hija se pueda salvar. Pienso en el tipo que reza justicia. Pienso en la mina que habla a la noche sobre su soledad, su casi discriminación social. Pienso en el pendejito que no entiende nada pero que le sugirieron rezar para entender algo. Pienso en todo eso, en los oídos del cielo, en las plegarias, en los destinos que hay marcados en mi almohada, en las huellas de la peregrinación. Pienso eso, y empiezo a sospechar que el cielo es un buen intermediario entre el ciudadano, el sistema y la negligencia. Entre el pobre, el político y la injusticia. Entre el chico, la chica, y el amor no correspondido. Entre el mundo, la necesidad de hablar con alguien, la necesidad de hacer un pedido, la necesidad de hacerse escuchar… y de ese oído superpoblado que habita en el cielo; quizá por temor a vivir en la tierra, o por la necesidad de subir algunos pisos, mirarlo todo de arriba y prestarle una oreja a todos los que a veces no tienen voz.

Thursday, October 04, 2007

Hoy estoy de buen humor estilo la vida es una sola y si no nos reímos se va todo al carajo

El cielo se tiñe de rojo risa de payaso. El borde blanco lo mira y después lo acompaña. No sabe si reír o llegar a tocar el cielo con las manos, el cielo con las manos. Creo haber visto esa expresión en alguna película, algún libro, algo. El cielo con las manos es una de las frases más repetidas de las historias de los nadie que llegaron a ser alguien porque engordaron sus billeteras. Y pensar que Platero y yo vivíamos de la pesca, las moscas y las yerbas. Pensar que Ulises cruzó los océanos sin nada (¿acaso es nadie?). Pensar que Romeo y Julieta no hubiesen muerto si contaban con mensajes de texto, pero no, nada de eso. Romanticismo, más romanticismo. Tocar el cielo con las manos, esa frase que tantas veces titularon los diarios con Manu Ginóbili, o en el 86 con Diego Armando. Tocar el cielo con las manos, eso que hice yo cuando te conocí, eso que alcanzo escuchando a la que canta el tango como ninguna, eso que hago todos los días cuando miro el cielo que se tiñe de rojo risa de payaso y río. Humor y más humor, romanticismo controlado. Tocar el cielo y moverlo con una carcajada. Carcajada violenta y pegadiza. Como si el cielo fuera el culpable de las penas, como si el cielo nos mirara infantilmente en una película de acción. Y no pienso en eso. Si el cielo era azul don’t turn blue, ahora es rojo risa payaso, y eso me gusta. Lo miro. Me mira. Y empiezo a sospechar que el cielo tiene ojos nublados. Pienso en Romeo, pienso en Julieta. Pienso en su muerte y me río. No sé si a carcajadas, quizá sonrisa pequeña, pero risa al fin. Los imagino llorando, jurándose amor eterno, y lo distinta que hubiese sido la tragedia con un celular en cada mano. Qué pena. Qué desafortunado es el destino. Su cielo fue azul, el mío rojo. Y mientras pienso en ellos, miro el cielo rojo risa de payaso, imagino a Shakespeare mordiéndose los labios de bronca, pero en minutos empieza a reírse como un niño ingenuo, ese que nadie puede ocultar detrás de la poesía. Le pide una hoja a Dios, y comienza su ensayo. “El celular hubiese evitado cualquier tragedia”. Es cierto, tal vez lo sea. Mejor dejémoslo así. El romanticismo con el romanticismo. La muerte con el amor. La tragedia con la valentía. El amor con la entrega. El celular con la estupidez humana.