Recuerdo algo de las monedas
“Y si hay que dejar de brillar
para que vean una moneda de papel
que no se deja ver caer
ni se sostiene…
…aunque cueste una abertura
no va a llover”
“Menos mal” (Masacople)
Año 2001
La felicidad. El amor. Y la paz.
Hay monedas truchas, hay monedas falsas. Preguntale al colectivero sino. Preguntale. Él sabe, su trabajo es tan monedero que sabe. Las de cincuenta son las peores, que hijas de puta. Y yo de chiquito me preguntaba: ¿pero no es más caro trucharlas? (aún me lo sigo preguntando). Las de veinticinco son un toque más creíbles, les tengo más fe, sé que no me van a cagar. Son monedas que brillan, las verdaderas brillan. Y algunos no les dan pelota, pero ellas siguen brillando, opacando a las truchas, pisando a las de papel. Y la gente mira, reflexiona, y las de papel chochas. Sonríen como si nada, sonríen sabiendo que son de papel. Por fuera burlan, por dentro destiñen.
La felicidad. El amor. Y la paz.
Ahora es cuando se vuelve a lo escrito en la adolescencia. Vergüenza y nostalgia. Más vergüenza que nostalgia. Menos nostalgia que asco. A veces las grandes monedas se apagan. Le dejan espacio al papel. El papel chocho, estoico como soldado. No va a llorar, nunca va a llorar. Y ahí siguen las monedas, las otras, las verdaderas que no muestran… como vos, como te digo, como ejemplo. Y al fin y al cabo las monedas truchas se truchean para toda la sociedad. Se las descubre, se las niega, se las rechaza. Y se quedan afuera, para siempre. Se quedan afuera, hasta del bondi, hasta del bondi se quedan afuera.