Thursday, November 15, 2007

Y lo más siniestro de la angustia es que el mundo igual siga girando.

Wednesday, October 31, 2007

Recuerdo algo de las monedas

“Y si hay que dejar de brillar
para que vean una moneda de papel
que no se deja ver caer
ni se sostiene…
…aunque cueste una abertura
no va a llover”
“Menos mal” (Masacople)
Año 2001

¿Quién da más? ¿Quién gana? Preguntale a tu boca de urna sino. Preguntale. Ella sabe, es tan bocona que sabe. Y sino a joderse, así nomás, a joderse. La última vez que vi un ganador era un ganador de los boludos, los que creen que lo ganaron todo, cuando todavía no se ganaron ni a ellos mismos.

La felicidad. El amor. Y la paz.

Hay monedas truchas, hay monedas falsas. Preguntale al colectivero sino. Preguntale. Él sabe, su trabajo es tan monedero que sabe. Las de cincuenta son las peores, que hijas de puta. Y yo de chiquito me preguntaba: ¿pero no es más caro trucharlas? (aún me lo sigo preguntando). Las de veinticinco son un toque más creíbles, les tengo más fe, sé que no me van a cagar. Son monedas que brillan, las verdaderas brillan. Y algunos no les dan pelota, pero ellas siguen brillando, opacando a las truchas, pisando a las de papel. Y la gente mira, reflexiona, y las de papel chochas. Sonríen como si nada, sonríen sabiendo que son de papel. Por fuera burlan, por dentro destiñen.

La felicidad. El amor. Y la paz.

Ahora es cuando se vuelve a lo escrito en la adolescencia. Vergüenza y nostalgia. Más vergüenza que nostalgia. Menos nostalgia que asco. A veces las grandes monedas se apagan. Le dejan espacio al papel. El papel chocho, estoico como soldado. No va a llorar, nunca va a llorar. Y ahí siguen las monedas, las otras, las verdaderas que no muestran… como vos, como te digo, como ejemplo. Y al fin y al cabo las monedas truchas se truchean para toda la sociedad. Se las descubre, se las niega, se las rechaza. Y se quedan afuera, para siempre. Se quedan afuera, hasta del bondi, hasta del bondi se quedan afuera.

Saturday, October 20, 2007

Los oídos del cielo

El 20 de octubre del 2007 a las 11:30 am, en ese mismo instante en que los pájaros vuelan por temor a ser escupidos, en ese real segundo en que el sol quema la piel y la deja de quemar por que una nube se cruza en su camino, yo estudio a un autor que dice que la comunicación es necesaria porque “con la comunicación soy con los otros” y algo así como que si no comunico no soy nada. “Imposible no comunicar”, sostienen otros autores. Todo el tiempo, a toda hora, como un canal de televisión que transmite las 24hs malditas horas del día, el ser humano comunica aunque esté solo en un bar tomando un café y leyendo una novela de Paulo Coelho que hable de que algunas cosas se pueden transformar en oro.

En ese mismo instante en que la gente compra regalos para el día de la madre, en que otros se desperezan como leones en celo después de una noche de lujuria, rezos y castigos, Dios escucha que algunos se comunican con Él. Prendo la tele, me devuelve algunas imágenes de la pasada peregrinación a Lujan, y después de ver a esa masa ferviente de personas caminando sin razón hacia la Basílica, me pregunto cuántos oídos tienen Dios, la Virgen, y el santo que se les ocurra inventar.

Vuelvo a mi texto de la comunicación, y casi sin darme cuenta, paso por alto una frase de Gabriel Marcel que dispara “Dios es aquello por lo cual pueden comunicarse entre sí las personas individuales”. Y pienso en el tipo que va a San Cayetano y le pide a Cayeta que el sistema laboral no lo excluya tanto. Pienso en la vieja que camina hacia Luján rogándole a la Virgen que los hospitales públicos le den bola, y que -con una ayudita de Ella de paso-, su hija se pueda salvar. Pienso en el tipo que reza justicia. Pienso en la mina que habla a la noche sobre su soledad, su casi discriminación social. Pienso en el pendejito que no entiende nada pero que le sugirieron rezar para entender algo. Pienso en todo eso, en los oídos del cielo, en las plegarias, en los destinos que hay marcados en mi almohada, en las huellas de la peregrinación. Pienso eso, y empiezo a sospechar que el cielo es un buen intermediario entre el ciudadano, el sistema y la negligencia. Entre el pobre, el político y la injusticia. Entre el chico, la chica, y el amor no correspondido. Entre el mundo, la necesidad de hablar con alguien, la necesidad de hacer un pedido, la necesidad de hacerse escuchar… y de ese oído superpoblado que habita en el cielo; quizá por temor a vivir en la tierra, o por la necesidad de subir algunos pisos, mirarlo todo de arriba y prestarle una oreja a todos los que a veces no tienen voz.

Thursday, October 04, 2007

Hoy estoy de buen humor estilo la vida es una sola y si no nos reímos se va todo al carajo

El cielo se tiñe de rojo risa de payaso. El borde blanco lo mira y después lo acompaña. No sabe si reír o llegar a tocar el cielo con las manos, el cielo con las manos. Creo haber visto esa expresión en alguna película, algún libro, algo. El cielo con las manos es una de las frases más repetidas de las historias de los nadie que llegaron a ser alguien porque engordaron sus billeteras. Y pensar que Platero y yo vivíamos de la pesca, las moscas y las yerbas. Pensar que Ulises cruzó los océanos sin nada (¿acaso es nadie?). Pensar que Romeo y Julieta no hubiesen muerto si contaban con mensajes de texto, pero no, nada de eso. Romanticismo, más romanticismo. Tocar el cielo con las manos, esa frase que tantas veces titularon los diarios con Manu Ginóbili, o en el 86 con Diego Armando. Tocar el cielo con las manos, eso que hice yo cuando te conocí, eso que alcanzo escuchando a la que canta el tango como ninguna, eso que hago todos los días cuando miro el cielo que se tiñe de rojo risa de payaso y río. Humor y más humor, romanticismo controlado. Tocar el cielo y moverlo con una carcajada. Carcajada violenta y pegadiza. Como si el cielo fuera el culpable de las penas, como si el cielo nos mirara infantilmente en una película de acción. Y no pienso en eso. Si el cielo era azul don’t turn blue, ahora es rojo risa payaso, y eso me gusta. Lo miro. Me mira. Y empiezo a sospechar que el cielo tiene ojos nublados. Pienso en Romeo, pienso en Julieta. Pienso en su muerte y me río. No sé si a carcajadas, quizá sonrisa pequeña, pero risa al fin. Los imagino llorando, jurándose amor eterno, y lo distinta que hubiese sido la tragedia con un celular en cada mano. Qué pena. Qué desafortunado es el destino. Su cielo fue azul, el mío rojo. Y mientras pienso en ellos, miro el cielo rojo risa de payaso, imagino a Shakespeare mordiéndose los labios de bronca, pero en minutos empieza a reírse como un niño ingenuo, ese que nadie puede ocultar detrás de la poesía. Le pide una hoja a Dios, y comienza su ensayo. “El celular hubiese evitado cualquier tragedia”. Es cierto, tal vez lo sea. Mejor dejémoslo así. El romanticismo con el romanticismo. La muerte con el amor. La tragedia con la valentía. El amor con la entrega. El celular con la estupidez humana.

Monday, September 24, 2007

Hoy vi una nube con forma de dinosaurio rex

"El mundo es más o menos extenso de acuerdo al interés que uno tenga en las cosas"
(profesor de filosofía, en plena clase de filosofía)

La clase no está muy interesante, de verdad que no. Intento pero no puedo. Escucho al profesor decir esta frase y me angustio...¿será mi mundo un pequeño mundo? ... no sé, no puedo saberlo... Miro para afuera y veo algo interesante, de verdad que es interesante. Pasa el cielo, y la única nube gris que tapa al sol tiene cara de dinosaurio. Es un rex, de esos que comían carne, verdura, fruta, lo que venga. Me pregunto si debería tener miedo. Si su boca nubosa se comió al sol, y si la única fuente de energía solar que tenía el planeta ahora se empieza a teñir de estómago.

El rex me mira. No sé si alguien más lo está mirando. Tal vez alguno recree con su ojo un teletubbie, y quién sabe si en su boca no se esconde uno de esos ositos gomosos de todos colores que venían en paquetitos de plástico y se comían sin sentido. Hay de todo. En serio que en el cielo hay de todo. No sé si Dios lo hace apropósito con un fin más teatral, o si el ser humano tiene esa imperiosa necesidad de encontrarle una forma a todo, hasta algo que está en el cielo y que en Ciencias Naturales siempre me explicaron pero nunca entendí muy bien. Bueno, sí, lo de la evaporación del agua, el estado gaseoso, y eso…pero de ahí a ver un algodón enorme volando por el cielo, hay un largo camino.

El rex se va deformando. El rex se cansó de ser rex. Y qué bueno, pienso. Qué bueno ser nube y pasar de rex a ser un auto, de auto a perro, y de perro a teta caída. Y si una mañana te levantaste sin ganas de ser algo, que lo puedas hacer. Hoy sos nube, punto, no pidas más, sé feliz. Y la verdad que lo es, se nota. Se le nota en la cara, las mil caras que lleva en su hombro. Mientras vuela y se deforma sigue siendo así, una verdadera nube. El problema es cuando se aquieta. Como un gordo que come televisión con pizza y cerveza, la nube se achancha en un lugar, en un punto cardinal del mapa. Su forma de deforma en una forma sin forma. La nube es nube, pero gris. Perdió el blanco, la gracia, el movimiento, la acción. Ahora no me sigue en el auto, ni siquiera cuando voy caminando. Está ahí, en un gris ennegrecido por la bronca, la bronca de ser o no ser, de ser el artífice de un ojo humano y un chiste de Dios. Qué bronca, por favor. Y pensar que quería ser nube. Así no, tan gris no por favor, no lo merezco, pienso, mientras la nube gris llora y extraña ser un rex, un auto, un perro, o una teta caída.

Tuesday, September 04, 2007

"Todo sigue igual de bien", Pity Álvarez

Le dio gracias al destino y sonrió. El árbol, la antigua mesita de ajedrez, el flequillo que interrumpía su partido de fútbol, la carpa de sábanas, las siestas rodeadas de biberones, la ansiosa carrera por reservar el asiento delantero del auto, el pan con salsa golf. Quién iba a pensar que unos centímetros verticales recordarían la vida. Quién hubiese imaginado tener en la mano un grabador -ese mismo que grababa con picardía conversaciones ajenas, ese mismo que programaba radios caseras sin sentido-, para salir y buscar algo que decir.
Las caras, las mismas caras de siempre. Su afán por transformarlas y provocar una risa. Su sueño de inundar una casa y nadar desde el cuarto a la cocina. El miedo a la oscuridad y los pasillos. Los libros de dinosaurios y la boludez de la paleontología. Las mudanzas y no entender nada. El condenado uso del inglés y los cachetes sonrojados por su ignorancia. Los chizitos con coca dentro de la carpa de sábanas. Sus deseos de vivir ahí por unos días. Quizá para llamar la atención, quizá por aburrimiento, por capricho. Un tiempo sin tiempo ni espacio. Risas. Llantos. Risas. Una remera llena de mocos y unas rodillas con frutillas caídas desde el cielo. Un reloj sin prisa y unos papeles de recuerdo que pocas veces reconoce. Sin tanta memoria a largo plazo. A veces olvida. Otras recuerda. Mejor quedarse con lo justo. Con la nostalgia de una ingenuidad más inquieta. Los que, porqué, para qué, cómo y cuándo de la existencia terrícola. Mejor volver a eso y reír. Mejor volver a las caras, las mismas caras de siempre y su afán por transformarlas y provocar una risa. Mejor volver al antiguo grabador que no pierde esa capacidad de juego. Mejor volver a todo eso y reír. Volver todos los días, sin notar el cambio, ese que no existe, no existió. Ya lo ve, mucho sigue igual…menos mal. Amén.

Friday, August 24, 2007

Ayér tomé un taxi

-Hasta Cabildo y José Hernández, por favor- le digo al gordo que maneja un Corsa en buen estado.
De fondo suena Arjona, ese tema que dice “dime si él te conoce la mitad, dime si él tiene la sensibilidad de encontrar el punto exacto…”, y el gordo dispara como para quedar como macho.
-Habría que matarlo a este hijo de puta, ¿no?
-¿A quién?- pregunto yo, haciéndome el boludo.
-A Arjona. Pasa que yo pongo esta radio por los pasajeros viste. No puedo poner la música que me gusta a mí. Si las minitas que se suben supieran lo que escucho yo se las caerían los pelos de punta- me cuenta y se queda en silencio, pero con ganas de hablar, esperando la clásica pregunta:
-¿Y qué escuchas?
-Y a mi gusta el heavy metal loco. Mamo Almafuerte de pendejo. Yo iba a ver a V8 cuando era under. El heavy me transmite algo, las letras, la música. Pero no da que ponga heavy metal acá en el taxi, no se subiría nadie.
-Igual ahora está medio muerto el heavy en la Argentina, ¿no? Bah, hay pocas bandas heavys como antes- le comento.
-Y si, está todo muy rolingizado pibe. Esos flacos con los flequillos, las topper. Qué pelotudos. Pero bueno a mí siempre me gustó el heavy metal- vuelve a decir, como si no hubiese quedado claro.

El gordo es bastante gordo. Ocupa todo el asiento delantero, y la panza choca con el volante. No se parece a los típicos heavy metal argentinos: esos flacos de pelo largo con tachas, jeans ajustados, y botas de cuero. Sino más bien tiene aspecto de gordo asador, esos que devoran religiosamente la parrilla. El viaje continúa. De Arjona a Maná en la radio, y el gordo que cambia de tema.

-¿Sabés a quién odio yo?- pregunta
-¿A quién?
-A Cordera loco. Al pelado ese. Una vez estaba por Lanús con el taxi, y veo que este tipo me para. “¿Me puede llevar hasta Avellaneda por favor?”, me pregunta y se sube. Justo yo estaba escuchando un casete de Pappo, un groso ese Pappo. Y cuestión que el pelado boludo lo empieza a bardear.
-¿Pappo había muerto?
-No, todavía estaba vivo, pero me jodió. El chabón decía que era mala persona, y que se yo. Yo me di vuelta y le dije: “¿Y vos sos buena persona o qué? Vos cantás devolvé la bolsa, mi cabeza está llena de ratas, y todas cosas en alusión a las drogas y ¿decís que sos buena persona? Dejame de joder.
-¿Y qué te decía el pelado?- le pregunto entre la intriga y la desconfianza.
-Se quedó mudo loco, ¿podés creer?

El gorda me cuenta que le molestan las letras que hacen alusión a las drogas, pero confiesa haberse fumado algún que otro porrito en los recitales. También me habla de la poesía, la importancia de las letras, y el gusto personal de lo directo, lo explícito…sin tantas vueltas flaco, sin más poesía que la realidad.
-A mi me gustan los redondos, pero de sus letras no entiendo un carajo. A mi me gusta lo directo, viste- dice y hace un silencio buscador de ejemplo- Por ejemplo si me tenés que decir algo de ese charco decímelo así directo, que el charco tiene olor a mierda porque tiene agua sucia y listo- agrega señalando para afuera.

El gordo no se olvida del pelado Cordera y vuelve
-Bueno cuestión que cuando se bajó del taxi le dije: “Loco yo nunca compré discos tuyos y nunca lo voy a hacer”. Y ¿podés creer que cuando pasan un tema de esos locos en la radio yo la cambio?
-¿Y seguís escuchando Pappo?- le pregunto después de reírme por sus comentarios de Cordera.
-Sí, siempre. Yo lo conocí a Pappo- afirma con orgullo y sin importarle si es cierto o no.
-¿En serio? ¿Adónde?
-En los cabarulos jaja. Siempre me lo cruzaba al loco. Más cabaretero que yo el hijo de puta jaja
-¿Mucho cabaret encima?
-Y voy muy seguido, me encanta. El otro día fui con un amigo que llevó a debutar al hijo y la pasamos re bien- me cuenta sin vergüenza, demostrando algo cotidiano.
-¿Y de Pappo en el cabaret que te acordás?
-Jaja una vez vino un pibe así jovencito que se le acercó y le dijo que era fanático de él, si le podía dar un autógrafo. Y ¿sabés que le dijo Pappo?... aaaaaaaaaa- dice imitando un eructo y cagándose de risa- Te juro que nunca en mi vida me reí tanto, que capo ese loco.

El gordo sigue contando historias de cabarets y drogas. “Porque yo soy músico”, me cuenta casi al final del viaje. “Yo a todos estos giles que están subidos arriba como la bersuit, los piojos, y esos…yo los iba a ver cuando eran bien under, y ahora se vendieron todos. En cambio en el heavy metal nunca pasa eso loco, el espíritu siempre está”.
El viaje llegó a su fin. El auto está parado, pero el gordo sigue hablando mientras frena el reloj que marca $12,50. Tengo dos billetes de 10, pero el gordo solo acepta uno. “Dejá macho, dame 10 nomás, no tengo cambio, todo bien”, dice y le agradezco.
Me bajo del taxi y el auto arranca. Mientras camino las pocas cuadras a casa pienso si el gordo podrá juntar los pesitos suficientes para visitar el cabaret este fin de semana; o si podrá manejar algún día libre de prejuicios, escuchando heavy metal al palo y luciendo su panza gorda, esa que choca con el volante y lo transporta al placer despiadado del sexo, esa que choca con el volante y lo transporta al ruidoso y mágico mundo del rock.