Sunday, May 28, 2006

Tiempo

“Tengo la fórmula del futuro, podemos llegar a salvar a la humanidad, ¿entendés?”, me dijo Schiler el otro día.
Por mi parte no estaba muy ilusionado. Schiler es un tipo con muchas ideas, pero con poca acción. Recuerdo que el mes pasado había sido protagonista de la misma situación, y al final no pasó nada, como siempre. Schiler es un tipo ingenioso, ambicioso y pretencioso, pero tal vez le falta responsabilidad. Hace más de tres años ganó un viaje a Japón para competir en un torneo de inventores y el tipo se quedó dormido. La noche anterior se había enfiestado con una vecina colombiana que entonaba dulcemente canciones de su tierra, o algo por el estilo.
-¿Qué pasa ahora Schiler? ¿Qué descubriste?, le pregunté.

-Estoy preparando una fórmula muy exitosa, que va a salvar al hombre amigo, vamos a vender tiempo.

-¿De qué hablás? ¿Estás loco? El tiempo es gratis, Schiler.

-Escuchame por favor, esta vez lo propongo en serio. El tiempo no es gratis, la gente lo necesita. Te pongo un ejemplo, mirá. Está totalmente comprobado que en la Antigüedad los hombres dormían mucho más que ahora. Tenían más tiempo para el sexo, para el ocio, y algunas cosas más. ¿Vos sabías que para hacer una comida se tomaban el tiempo que querían?

-Pero eso es porque progresamos, Schiler. Por suerte hoy ponemos una comida en el microondas y en un minuto está.

-Está bien, pero no es así. Eso es una consecuencia: porque la gente no tiene tiempo, inventó el microondas; porque la gente no tiene tiempo, inventó los locales de comida rápida, y así con todo lo que nos rodea, es todo una consecuencia de la falta de tiempo ¿entendés? Y no quiero exagerar, amigo, pero las mesas también van a desaparecer. La gente no tiene tiempo. Come parada, en el subte, en las plazas. El tiempo va a valer oro.

Schiler estaba agitado, no podía respirar. Lo notaba nervioso, muy ansioso. Después de un trago, se prendió un pucho, escuchó mi pregunta, y volvió a su extrema preocupación.

-Bueno a ver, y ¿qué proponés Schiler? Yo creo que la gente está bien como está. ¿Por qué molestarla?

-La gente no está bien. Está así porque no le queda otra. Pero el negocio del tiempo es la salvación, acordate. Me dijeron que en 40 años la gente va a trabajar 14 horas por día, y que ya están inventando pastillas que contienen las mismas proteínas que un plato de pastas, o carne.

-¿Y con eso qué?

-¿No entendés? (preguntó enojado) El futuro no quiere darle tiempo al hombre. La idea es que corten su trabajo por 30 segundos, tomen la pastilla y sigan trabajando.

-Y entonces tampoco tendrían tiempo para comprar el “tiempo” que vos querés vender. Aparte dale, seamos sinceros. ¿Cómo vas a vender tiempo? ¿Estás loco?

-No, no estoy loco (gritó efusivamente). Estoy descubriendo algo único. Esto va a revolucionar al mundo, amigo. La gente va a ser feliz, en serio.

-Pero ¿por qué estás tan seguro de la infelicidad de las personas Schiler?

- Por que es la realidad. Todos los días escucho algo diferente en relación al tiempo: que no puedo leer esta novela porque no tengo tiempo, que me divorcio porque no le dedico tiempo al matrimonio, que me tomo el subte porque tarda menos tiempo que el colectivo, que no tengo tiempo de cuidar a mis hijos, que entro a Internet y veo las noticias resumidas en 2 minutos porque no tengo tiempo de leer el diario, que los jóvenes no tienen tiempo de estudiar, que no tienen tiempo de salir con sus amigos, tiempo y menos tiempo. ¿No ves?

-No sé, puede ser. Pero es así Schiler, es la realidad que nos toca. No la podemos cambiar.

-Escuchame, creo que no me estás entendiendo. A mi no me preocupa tanto el presente. Estoy pensando en el futuro. El otro día me lo revelaron amigo, me revelaron la verdad.

Schiler se levantó de la silla, nervioso, muy tenso. Agarró el whisky, se sirvió, prendió otro pucho y se volvió a sentar. En ninguna de las anteriores situaciones lo había visto así, realmente empecé a preocuparme… Schiler estaba hablando en serio, y parecía tener un proyecto interesante, o por lo menos importante para la humanidad. Por eso comencé a involucrarme en el asunto y le pregunté.

-¿Qué te revelaron? Contame

-El tiempo va a escasear cada vez más. Muy pocas personas conocen el secreto que me comentó Luhuann.

-Luhuann… ¿Y el cómo sabe?

-El está investigando desde hace muchos años. Hizo todo un estudio de la progresión temática del tiempo, empezando por la edad antigua hasta el día de hoy, y pudo comprobar que en unos 50 años el tiempo va a empezar a agotarse.

-¿Qué querés decir con agotarse?

-Lo que te vengo diciendo desde un principio. La gente no va a tener tiempo de nada. El doctor me contó que las religiones van a desaparecer porque va a ser una utopía poder dedicarle unos minutos a Dios. También va a desaparecer todo tipo de ejército.

-Pero eso es muy bueno, supongo que es un símbolo de la paz.
-No, van a desaparecer porque el hombre no va a contar con el tiempo necesario para planificar una guerra. Todo se va a manejar con armas nucleares que ya empezaron a ser preparadas hace unos cuantos años. Los científicos de los países más avanzados conocen este secreto, y por eso empezaron a preparar estas armas que con un simple botón pueden destruir un país en menos de 5 segundos, muy poco tiempo.

-Sos muy apocalíptico Schiler, ¿no estarás exagerando?

-No lo soy, simplemente te cuento la verdad. Van a desaparecer las grandes instituciones, y también las cosas más cotidianas. No sé, imaginate que nadie va a tener tiempo de sentarse a charlar, tomar un café, o pararse en la calle a pedir fuego. Tal vez sí pase, pero el tipo que te pare en la calle para pedirte algo en especial va a ser un irrespetuoso, va a estar liquidando tu tiempo.

-¿Y qué pensás hacer Schiler?

-Con el doctor Luhuann empezamos un proyecto interesante, pero necesitamos contar con vos. Quiero que lo pienses y me avises. Me imagino que ya pudiste darte cuenta de que esto es importante.

Schiler se fue de casa apurado: en cinco minutos tenía que encontrarse con Luhuann en pleno centro. El tiempo también le estaba jugando en contra al doctor: se le había hecho tarde en una reunión, y tenía unos pocos minutos para comer aunque sea una fruta.
Al día siguiente nos encontramos los tres. Yo llegué un poco tarde, pero no se notó. Antes de volver a casa les prometí no contar nada, pero como hoy tuve unos diez minutos libres, tuve la necesidad de contar aunque sea el principio de todo esto.

Sunday, May 21, 2006

Casualidad genealógica

No sé ustedes, pero yo nací de casualidad. De no haber sido por una tragedia de Sófocles que se vendía en una de las más famosas librerías de una de las más tradicionales ciudades de uno de los países más prolíferos de Europa: Italia, mi bisabuelo jamás hubiera conocido a mi bisabuela. Él miró el libro, le preguntó el precio, y ella respondió: “No trabajo acá”. Y así se conocieron.

No sé ustedes, pero yo nací de casualidad. De no haber sido por la demora de un tren en uno de las estaciones más famosas de una de las ciudades más conocidas de uno de los países más prolíferos de Europa: España, mi otro bisabuelo jamás se hubiera cruzado a mi bisabuela en la casa de uno de sus primos segundos. Él llegó, ella justo se iba. Le preguntó a su primo segundo quién era, y él le respondió: “Una pintora, ¿por qué?”. Y así se conocieron.

No sé ustedes, pero yo nací de casualidad. De no haber sido por la excesiva cantidad de personas que había en el “Hotel de los inmigrantes”, mi abuelo jamás se hubiera ido a una casa en uno de los barrios de una de las ciudades más prolíferas de la Argentina: Mendoza. Él llegó, puso un vivero en Godoy Cruz, y de no haber sido porque tenía en oferta una de las plantas que más le gustaban a mi abuela, jamás se hubieran conocido. Ella llegó, le dijo que se llevaba esa planta. Y así se conocieron.

No sé ustedes, pero yo nací de casualidad. De no haber sido por una maestra de uno de los colegios de uno de los barrios de una de las ciudades más prolíferas de la Argentina: Mendoza, mi otro abuelo jamás hubiera conocido a mi abuela. La maestra dividió a los alumnos en pequeños grupos con el fin de representar a fin de año la famosa obra “Romeo y Julieta”, y de no haber sido por uno de los chicos de uno de los cursos de ese colegio que se enfermó, mi abuelo jamás lo hubiera reemplazado en el papel de Romeo. Claro, mi abuela hacía de Julieta. Y así se conocieron.

No sé ustedes, pero yo nací de casualidad. De no haber sido por una de las tormentas más bravas en uno de los años más lluviosos del país: 1967, la fiesta que organizaban en el colegio de mi papá jamás se hubiera pasado. De haber sido ese día, mi mamá no hubiera podido ir porque se encontraba en uno de los bailes en uno de los salones en uno de los barrios más habitados de Mendoza. Se pasó la fiesta. Ella fue. Y de no haber sido por “Twist and Shout”, una de las canciones de uno de los mejores grupos musicales de la historia: The Beatles, mi papá jamás la hubiera sacado a bailar. Y así se conocieron.

No sé ustedes, pero yo nací de casualidad.

Wednesday, May 10, 2006

In God we trust

El otro día me desperté un poco ansioso por viajar a Estados Unidos. Por eso busqué mis ahorros, conté unos cuantos pesos que me había traído el Ratón Pérez años anteriores, y decidí viajar al país de la libertad.
El avión estuvo bien, tranquilo. Tardó unas siete horas y calculo que habré dormido la mitad, así que no me puedo quejar, el viaje estuvo mejor de lo que esperaba. Lo que no salió muy bien fue la llegada. En el aeropuerto nadie me entendía, mi inglés es súper precario y gracias a Dios que existe el lenguaje de las señas, sino iba muerto.
Más allá de mi poco vocabulario, logré formular una de las preguntas que más me interesaba hacerle a la gente: ¿What do you think about the relation between United States and Irak? Con eso estaba satisfecho, la gente me entendía, y yo también a ellos.
La mayoría no tenía idea. Uno me confesó que "a los norteamericanos no les interesa en lo más mínimo el problema, y que un sudaca está mucho más informado sobre el conflicto". “Al mismo Bush no le importa”, me había contado una vez un periodista argentino que trabaja en la CNN de allá. Esa postura me pareció un tanto fuerte. “¿Cómo que no le importa?”, le pregunté. “Claro, él no tiene idea sobre la cultura de medio oriente, y tampoco pretende entenderla. Lo hace por el simple hecho de hacerlo y por un exacerbado nacionalismo”, dijo.
Estaba recibiendo mucha información. Ingenuamente yo creía que la sociedad yankee se preocupaba por esto, pero el asunto estaba tan naturalizado (o un poco más) que en mi propio país. Tuve la sensación de que a ellos les pasa lo mismo que a mí cuando leo el diario en casa: lo abro…veo la parte internacional… leo un titular que dice: “murieron 40 personas en Irak”… leo la bajada…y paso de página…

En el viaje de vuelta ví por la ventana del avión a Dios un tanto preocupado. Con las dos manos sostenía un dólar y lo miraba fijo, muy fijo. Saqué uno igual de mi billetera para ver qué era lo estaba mirando y leí: “In God we trust”. Esa frase se repetía en todos los billetes y Dios se preocupaba cada vez más. “¿Qué te pasa?”, le pregunté. “Me pasa que ellos confían en mí, pero la confianza debería ser mutua”. Después de esa respuesta y
o también me quedé muy preocupado: era la primera vez que Dios no confiaba en alguien.

Wednesday, May 03, 2006

Tanguero en su tanguería

Eran las siete de la tarde, y con el atardecer típico que se vive en esa plaza, comenzaba el ritual. Los señores tomaban como guapos a sus mujeres, y el baile se iniciaba sin ningún pudor. Cada una de las parejas estaba atenta a sus pasos; lo único que importaba era bailar al compás de la música, al compás de esas melodías propias de los mejores tangueros de la Argentina.
Después de un largo rato de contemplación, un señor de edad, con traje y pucho en mano, comenzó a acercarse. “¿Sabes lo que pasa pibe?”, me preguntó. Me pareció un tanto estúpido preguntarle “qué”, por eso esperé a que siguiera hablando. “Hoy me quedé sin pareja pibe, eso pasa”, dijo con un tono soberbio y hasta repulsivo. “Cuando tenía tu edad las minitas me sobraban pibe, hoy ya no”, agregó. En ese momento yo no sabía qué hacer: si aconsejarlo (¿Yo? ¿Con 50 años menos que él?); si seguir hablando de ese tema; o hacerme el distraido y seguir mirando cómo los demás bailaban tango… Elegí la primera opción.
“Alberto (así me dijo que se llamaba), no se ponga mal; usted ya las habrá vivido todas. ¿Por qué no se dedica a otra cosa ahora?”, le pregunté. “Quizás el tango ya murió”, agregué un tanto asegurado. Después de esa drástica afirmación el viejo me miró, dio una pitada a su cigarrillo light y dijo: “¿Sabes lo que pasa pibe?, vos no entendés nada, eso pasa”.
No sabía qué decir. Me había metido en un gran lío. Alberto estaba indignado por mi aclaración y yo no sabía cómo remontar esta extraña situación. A todo esto el tango seguía sonando, y todos, pero absolutamente todos bailaban, menos el viejo y yo. Lo único que se me ocurrió fue pedirle perdón por lo que había dicho, pero Alberto me ganó de mano interrumpiéndome con una pregunta: “¿Vos qué escuchás pibe? ¿Qué bailás en la plaza?”. “Escucho bastante rock, más que nada nacional, pero no se baila mucho en plazas”, le dije. “No ves que no entendés nada pibe”, me volvió a decir.
Ya harto de que me maltratara verbalmente, le pregunté qué era eso que no entendía y que supuestamente él sí. “Vos no entendés que el tango siempre fue una movida para ganar minitas, y la mayoría de esos rockeritos no buscan otra cosa más que guita. Y mira cómo de paso me salió un versito pibe”.
De repente una mujer se acercó e invitó a Alberto a bailar. El viejo me guiñó un ojo, y yo me fui alejando de la famosa glorieta que hay en la plaza Barrancas del barrio de Belgrano. Esa glorieta que al atardecer junta pasión y tango, que reúne a más de treinta personas por día, sedientas de esta música que los vio nacer.