Saturday, October 21, 2006

Yo no creo en los índices de desocupación

Dicen que algunos minutos pasan como siglos, y que los años devienen en segundos. El tiempo es traidor…El tiempo es tan traidor, que me ofreció una única cuenta regresiva que tampoco atrasa. Se estanca, como los tanques australianos, y no se puede volver atrás (menos irse hacia delante). Y yo que estaba apurado. Y yo que juraba que el tiempo era lineal, me enfrenté a mi reloj (que no tiene tanto de pulsera como de esposa policial), lo maldije, y enseguida me refutó el insulto con una sonrisa grandota postrada en el dos, y dormida en el diez. Pero de qué sirve la alarma, el despertador, el cronómetro, la agenda, el reloj,
el reloj de arena,
el reloj de sol,
el reloj del celular,
el reloj del subte,
el reloj de la plaza,
el reloj de la calle Florida,
el reloj de infotrans,
el reloj de crónica tv,
el reloj del auto,
el reloj de la radio,
el reloj del bar,
el reloj de la computadora,
el reloj de internet,
el reloj de tu jefe,
el reloj de tu novia,
el reloj de tu novio,
el reloj de tu mamá,
el reloj de tu abuela,
el reloj de tu amante,
el reloj extensivo del brazo.
…de qué carajo sirven, oh putísimo dios Cronos, descendiente divino de la diosa Gea (tierra), y el dios Urano (cielo), si en las últimas horas el tiempo se fue extendiendo sin sentido, sin sonidos, y para males. Oh Cronos, por eso (precisamente por eso), no hubo otro remedio que convertirme, apagarme, perseguirme en planteos infantiles y aparearme en un relojito que mira a mi costado, ignorando, ignorando con rápidas pausas las cifras que quedan grabadas, como grabada me queda su tierna figura. Y así sigo, pasando cada tanto entre letras y la misma estupidez de siempre, para ver si encuentro un tiempo, chiquito, aunque sea más chiquito que el de siempre, al que podamos dedicar, al que me puedas dedicar. Que no aceleres el segundero. Que no lo frenes sin motivos. Que no dejes de mirarlo. Que no dejes ese instinto que mata al tiempo, en sus tres caras. En las tres, sin segundos previos para el cacheo futbolero, los cuento igual. A cada segundo ignorado, cada segundo extendido en minutos, horarios indefinidos que van cambiando mi pulso (a más tiemble más tristeza), y que logran hacer del tiempo un misterio, un tiempito. Un tiempito por favor, para hablar del clima, para reírnos de mí, y para que te borres de la rutina que aleja. Un tiempito por favor, si es que tenés de sobra, para intercambiar algunos chocolates. Un tiempito por favor, para llevar, para llevar entre los padres de Cronos, pero dejándole poco espacio a Gea, esa Gea que cogió con el cielo para parir al mismísimo Tiempo que luego crió en la tierra, alejado de su padre, alejado del cielo. Esa Gea que a veces se comporta de manera tan mundana y responsable, que nos hace olvidar del entretiempo, el mismo que tienen los jugadores para descansar de las patadas, y reírse de las gambetas. El mismo que me entretiene y me obliga a tomar un poco de aire para después salir y volver a ver el Cielo. Con un poco más de tiempo por favor, con un poco más de tu tiempo.

Wednesday, October 18, 2006

Se hace de noche

Todos duermen. De noche duermen. En el Cabildo solo quedan un par de colchones a la intemperie: Algo húmedos, algo secos. Algo cómodos, algo tristes. Y sobre ellos alguien que intenta descansar al costado de los mil pasos. Todos duermen. De noche duermen. En la Catedral encontraron hasta la cruz vacía: era Jesús que había bajado para dormir un ratito en el confesionario (mucho frío, mucha soledad). Las palomas, la calle, los ministerios que te rodean, los bancos, las luces, el pasto de Mayo, y la hormiga que camina sobre tu pecho. Todos duermen. Esperando. Al día siguiente. A la jornada. A la Plaza que mira por un lado a Dios y por otro a Perón. A la libertad, y también a la AFIP. Todos duermen. No veo nada. Las caminatas maratónicas del día se disuelven en grillos aporteñados. Los banquitos que actúan de fast-food, se transforman en camas de piedra. Y los árboles aprovechan para tomar un poco de oxígeno…un poco de oxígeno de las marchas, los pisoteos, las corridas, y los triunfos. Los gritos, los aplausos, las risas, y los llantos. No veo nada. Todos duermen. Los bichos, las escarapelas, el asfalto, y la pirámide. Los graffitis, los rencores, la valla, y la pisada. Todos duermen. No veo nada (o muy poco). Ese poquito de luz que viene de fondo. De un fondo no tan lejano. De un fondo que mezcla la sangre con la paz. De un fondo majestuoso, imperial. Balcones vacíos. Persianas bajas. No veo nada (o muy poco). Esa porción de luz que viene de la ventanita radiante. Todo es oscuro. Todo es dormido. Menos la ventanita radiante. Me acerco, hago sombras (cocodrilos, palomas, y monos), y me pongo de puntitas de pie para poder ver algo más. Me pregunto quién estará detrás de la ventanita radiante de ese palacio que mezcla la sangre con la paz. Me pregunto si no se habrán olvidado de apagar la luz. Me pregunto si el poco resplandor de la Plaza se debe a la ventanita radiante. Me quedo una hora. Dos horas. Tres horas. Ya va a empezar a salir el sol y la ventanita sigue radiante. Con el primer rayo alguien apaga la luz. Otro abre las ventanas del palacio. Otro apaga un cigarrillo. Otro se prepara un café. Otro deja el whisky. Otro se despide. Veo caras, ojeras, saludos. Veo risas, muecas, despidos. Del otro lado se acerca un viejito. Medio rengo, medio cansado. No debe haber dormido bien, pienso cuando me mira. Se acerca. Se acerca a mi oído. Se acerca un poco más a mi oído. “Es que a estas horas nadie los molesta”, susurra el viejito mientras regresa a su colchón. Me doy vuelta. Lo veo renguear. Y decido pensar que detrás de esa ventanita también se cumplen horas-extra.

Friday, October 13, 2006

Erudo

Erudo nunca sabe si dos es dos por el replanteo hasta metafísico del número de la etapa pitagórica. Erudo cuestiona metódicamente los efectos que tiene un súper-pancho en el estómago, mientras se acaricia la panza esbelta buscando algún deseo insatisfecho. Así se pasa la vida trotando entre mapamundis y textos disparados del siglo II A.C para reforzar todo tipo de futura discusión ebria –si es que la cerveza entra en su catálogo- sobre la práctica del sexo oral en las orgías romanas de antes de Cristo.
Una vida llena de gentilezas, y bañada en superfluos innombrables exquisitos complicados e imposibles cálculos matemáticos, que lo llevan al rechazo de escuchar comentarios “estúpidos, mediocres e insolentes”, como lo hicieron la vez pasada, cuando le cuestionaron si para hacer un cálculo era necesario un poco de cal en el culo, o si el hecho de aprobar un cálculo con 10 significaba que el culo tuviera más cal que nunca.
Pero él se indigna y automáticamente se escapa mediante teorías insuficientes. La última que enunció estuvo relacionada con el progreso humano a través del pulgar. Una teoría ciertamente interesante, en la que sostenía que en cien años el dedo gordo del ser humano iba a ser lo suficientemente fuerte como para romper una tabla de madera de 8cm. Todo lo atribuyó al extremado uso del pulgar con el celular y los video juegos, pero mientras la escribía olvidó cortarse las uñas. Éstas crecieron ennegrecidas y así fue expulsado del sectario doctorado por considerarlo “sujeto peligroso susceptible de contraer enfermedades del Felis silvestris catus, con probabilidades (sutiles) de emisión hacia el resto”.
Erudo habla (siempre objetivando Erudo, siempre contrariando), de las rinoscopias en sus fosas nasales, para esquivar que se estaba sacando un moco; de la inopia obra de gestión por parte de los funcionarios públicos en jerarquía, para omitir que los políticos son todos chorros; del pedido para que dejen algunas moléculas de hidrógeno y oxígeno hasta llegar a los 373° K (grados Kelvin, le encanta esa palabra), para complicarla un poquito a su hermana que solo quería agua hervida para el mate; y así Erudo sigue maniobrando artificios para crear redes que solo pescan peces muertos (eso se llama pescado Erudo, pescado).
Además de enumerar engaños, que con perdida voz piden a gritos aplausos perdidos, Erudo también se enamora de aquella voz: melodías lentas, decibeles pausados que no saturan a la euforia, y mucho menos a la alegría. Especie de estado somnoliento para ubicarse en un podio superior a esta realidad tan despierta. Erudo se enamora de sus pausas, sus reencuentros, sus planteos, y de su voz que dispara angelicalmente superioridad de relajación. Nunca estrés, nunca agite, nunca error, siempre en paz (en su paz), siempre discreto, siempre tan sutil está Erudo, que sus objeciones atentan contra toda embajada de la naturalidad.
La última vez que charlé con Erudo, me confesó que era un aficionado de la investigación de las distintas culturas. Él promulga desde su atril la integración de diversas perspectivas y visiones, y nunca se olvida de que todo quede hecho una maravillita para sus ojos y su pluma. Erudo tiene gustos sensibles, siempre evitó digerir alimentos que no estuvieran acorde a su paladar, pero eso sí: siempre con respeto, y dejando de lado toda prepotencia verbal. Porque Erudo es sencillito: si no le gustó esa comida, cocina alguna otra en un minuto. Luego, perspicaz, como siempre lo es, se sienta en su mesa a saborearla, dejando de lado la comida anterior que no coincidía con sus gustos.
Pero lo curioso, Erudo, es que vos también te sonrojes cuando el chimichurri del choripán mancha tu camisa blanca.
Lo curioso, Erudo, es que en soledad no niegues tus risas inocentes al ver a ese “vulgar y hasta atroz” Homero Simpsons.
Lo curioso, Erudo, es que tus lágrimas te parezcan lágrimas, y no una simple combinación de átomos como la definiste en la última reunión en la cual negabas las razones del llanto humano.
Lo curioso, Erudo, es que el diccionario te siga definiendo como chiquito, chiquitito. Quizá ese sea tu lugar. Quizá esa sea tu vida.

Tuesday, October 10, 2006

Cafeína

Estoy cansado de que el café me salga sin espuma. Intento, fracaso, vuelvo a intentar -esta vez con más profesionalismo-, pero caigo en la realidad de que nunca podré hacerlo con esa espuma que flota, y a veces hasta rebalsa del contorno que la encierra. Una espuma en ascenso, ondulada, con una melodía que acompaña a la cafeína, mientras la esconde en un mar de burbujas.
Decepcionado (y hasta triste), sigo ejercitando con las herramientas que de a poco intento cambiar: ¿será la cuchara, la taza, o el agua que de tanto hervir me quema los pocillos? Pero difícilmente salga a la luz alguna solución para este café negro, sin espejo, llano, sin vida, y mucho menos color.
Y por eso nunca dejaré de admirar al género femenino, que con religiosa paciencia revuelve el café transformado en crema, y una crema que se transforma posteriormente en café con el ejercicio del agua. Y que no sea una escena menor: una mujer que lo prepara es tan o más cautivante que una mujer dibujando. Admiro, sigo admirando, y centro los ojos en el ángulo superior de la taza. Ella agrega el café, un poco de azúcar, algunas gotitas de agua para humedecer el contenido, y así empieza a actuar con cariño. Es ahí donde veo la mano que sostiene la cuchara. Una mano que ingresa a la taza sin vergüenza y que con exagerada, pero necesaria dedicación, empieza a girar como una calesita.
El producto es instantáneo, o tardío, depende de la humectación, depende de las cuotas sensibles que la hacedora quiera ponerle. Pero nunca dejar de batir, esa parece ser la consigna. Y mientras uno más le pide, más revuelta habrá, (siempre y cuando haya una conexión previa que encienda un poco más los motivos).
Así se va obteniendo el café con espuma, así se va obteniendo tu café con espuma que me acompaña y empaña mis anteojos. Que con lenta conducción saborea el más inocente del barrio, y el goloso que envicia la ciudad. El café con espuma que inspira, y que como buena musa desaparece a los pocos tragos (hay que pasar el mal trago, decía mi abuela). Ese café que acusan de asesino, como si un asesinato tuviera actores que dan tanto placer y entidad.
Y todo se lo debemos a la mano autora, una mano que ya lleva implícita al género femenino, y que con infinita ternura revuelve los granos disueltos en agua. Y yo que admiro, sigo admirando, porque la capacidad de admiración no se borra. Es que con el tiempo la mirada dispara hacia otros estímulos que, sin quererlo y con un enorme desperdicio, compran toda actividad humana: Que los Hombres hayan inventado la cafetera, me hace pensar que al mundo le falta más amor.

Saturday, October 07, 2006

Madrugando por un sueño

Las canciones que pasa el winamp me retroalimentan. No las busco pero están, para entristecer, para apagar, para sonar, para escribir están.
La única salida es metablogearme: entrar al blog, y hablar de lo que le pasa a mi blog. Eso significa meta. Lo aprendí con el tiempo cuando empecé a ver términos como metacomunicación, o de chiquito metaguacha (¿una guacha dentro de otra guacha?).
Las canciones del winamp siguen sonando. El Pink floyd que me entristece, el poema de los dones que me emociona, y el ringtone del celular que me molesta. Son los estímulos que vienen, llegan, y se esconden en mi mesita de luz para desearme las buenas noches. ¿Y si no quiero que sean buenas? ¿Puedo tener esa sola libertad? Y aunque la tuviera caería en el mismo resultado. Sueños que decidí llamarlos de otra manera después de un laaaargo rato de incumplimiento. El proceso es sistemático (en mi mente): Te veo, en alguna calle, un pasillo que no conozco, y comienzo a ignorar a todo el que se cruce en mi camino. Y así me despierto todas las mañanas, con la decepción de que los sueños tengan esa descorporeización que no me deja tocarte. Todo en el aire, todo en el aire está, o en alguna parte del cerebro que se dedica a filmar mentiras, puros artificios propios de un cuento de Borges. Te entusiasma, te recrea, vivis la realidad por un tiempo indefinido, pero todo está vacío. Y ese vacío me acompaña hasta las altas horas de la noche. Apago la tele, cierro los ojos, duermo de costado sin mover las sábanas, y empiezo a descorporeizar nuevamente. Tal vez ahí esté la solución: dejar los cuerpos, y seguir paseando por la mente, nueva-mente, hasta que las dos cintas se choquen, la noche se haga cuerpo, y el día juegue con la descorporeización de los que no logran juntarse.