Wednesday, February 28, 2007

Gordo

Gordo espera atento el cambio de luces mientras su jefe sigue iluminando momentos sin órdenes. Gordo sabe que la moneda le dará paco, y el paco un escondite. Gordo no se cree culpable… Él nunca pidió jugar a las escondidas.

Gordo vislumbra el verde, y con su limpia vidrios se dirige al primer auto. Acceso denegado. Segundo auto. Acceso restringido. Tercer auto. Gordo mete púa y lo lava igual. El tipo del auto putea a Gordo y le niega la moneda. Gordo dice que le chupe la pija, y en señal de venganza le ralla el ford focus.

Gordo se sienta a contar las monedas del día. Juntó 15 pacos que consumirá sin consuelo a la noche. Gordo se sienta en una plaza, prende el primer paco, lo consume, y empieza a jugar a las escondidas. Su otro Gordo le pregunta de qué se esconde. Gordo no pidió jugar a las escondidas. Gordo no pidió fumar paco. Gordo sabe que para ganar la escondida tiene que fumar. Otra no me queda, piensa Gordo.

A Gordo le molesta que lo llamen pobre. Pobre es el que no ríe. Pobre es el que no sabe llorar. Pobre no es un término económico. Pobre es un término vivencial. Gordo se considera de bajos recursos económicos, pero rico. Gordo busca dejar el paco, pero el juego no le deja.

Gordo sigue limpiando vidrios en el semáforo. El rojo le aburre, el verde lo activa. El rojo hace que piense. El verde lo distrae. El rojo lo lleva al paco. El verde a su vida. El rojo es su país detenido. El verde su esperanza. El rojo es la gente que lo llama pobre. El verde es lo que lo ven rico. Rico de vida… como tu panza sonriente Gordo, como tu panza contenta.

Dedicado al Gordo que limpia los vidrios en Alcorta y Salguero.

Sunday, February 25, 2007

Él también

En un café de la calle Cuba dos personas se conocen. Ella no es rubia, y ni siquiera de ojos claros. Él no cuenta las horas necesarias para que le concedan un sí, y ni siquiera sueña despierto con su chica ideal. Se miran, pero no se tocan. Es que el tacto está atravesando una mesa de madera que contiene sus tragos. Ella pidió café, él cerveza. No combinan, pienso desde afuera, cuando logro cruzar la calle sin que me pisen. El auto rojo estacionado en la puerta del bar es de ella. Él no tiene, y ni siquiera sabe manejar. Al principio a ella le importó. Le parecía una mala imagen la de una mujer manejando con un hombre al costado. Él piensa que eso sería una linda fotografía freak para exponer en alguna muestra freak de fenómenos freak como el hecho de que una mujer conduzca con su hombre al costado. Él no es machista, pero parece creer (lo miro desde afuera) que la sociedad lo empuja a serlo. Si no hace esto será poco hombre, si no hace aquello será un dominado, y si no cumple con eso será un homosexual reprimido que figura estar con una mujer para ocultarlo. Ella también lo piensa, pero en una menor escala. Es que piensa que la mujer ocupa un lugar privilegiado que todo hombre debe proteger. Él se ríe de sus pensamientos y la incita a disfrutar. Ella no lo escucha. Todavía no aprendió a leer sus pensamientos. Se termina el café, la cerveza se calienta, y sobre la calle Cuba aparece un vendedor de flores que logra convencer al hombre para que se las regale a su mujer. Él le dice que no, y el vendedor cambia su rutina por primera vez en la vida: le pregunta a ella si quiere comprarle flores a su chico. Ella se indigna, dice que le parece poco serio, poco femenino, y poco real. El vendedor se ríe y le asegura que los hombres también necesitan de esas flores. Ella y él buscan miraditas cómplices. Él se pone incómodo. Las quiere, pero está incómodo. Siente miradas, aprietes, consejos, risas, burlas, y un millar de pensamientos ajenos a lo que toda la humanidad realmente quiere, pero esconde. Lejos de la buena voluntad, ella le compra finalmente las flores tan requeridas. Se las regala, pero a él le da vergüenza caminar por la calle con eso. Las esconde en el auto rojo estacionado en la puerta del bar y empieza a caminar hacia el baño. Se mira en el espejo, se lava la cara, y con una sola mano acaricia su pelo de la forma que más le gusta. “Menos mal que te peinaste un poco. Era hora, ¿no?”, dispara ella mientras él sigue mirando las flores que cada tanto necesita.

Thursday, February 08, 2007

Un día

El despertador anuncia la hora en que lo programé. Su velada me engrandece: es que no solo yo cuido de mí. Por momentos empiezo a sospechar una especie de persecución truman showiana gran hermaniana y entonces, rápido como un caracol en celo, me acobijo en el mundo. Luego pienso: Si la tierra es capaz de soportar tantos elefantes en trote mezclados con rinocerontes de no menos de 800 kilos, ¿cómo no me va a poder soportar a mí? Especie sensible y radiante, humanos pensantes y escalados…tierra oh tierra, no nos tragues nunca, esa frase es una mentira. La decimos, sí, cuando estamos en alguna situación embarazosa, un poquito sonrojados, pero dejá que nos relajemos por un tiempo más en tu superficie.
Y cuando logre acostarme tranquilo en alguna baldosa (vivo en la ciudad), alguna hormiga viajera se subirá por mis pantalones, me charlará de política, de sus reinados y ducados, y me levantará lentamente con sus fuerzas. No es de extrañar que tal especie sobreviva a algunos cataclismos. Ya lo dijo Darwin: el pie humano es de papel, y el papel es lo único que mata a la hormiga.
Pero ella no lo sabe, solo se preocupa por levantarme de la baldosa. Una vez que lo logre, empezaré a caminar por alguna avenida. Llenaré mis pulmones con humo tóxico, esquivaré viejos en bastones, recibiré descuentos de albergues transitorios, miraré vidrieras, me aislaré un poco de todos, mentalmente, pero me aislaré. Jugaré al tutti fruti, reiré en medio de algunos, pensaré, y sacaré alguna conclusión cursi como que mi despertador marca siempre el comienzo de una nueva aventura. Algún día, tal vez hoy, al pisar la próxima baldosa me cambie la vida. Es que uno nunca sabe: esa hormiga, subiendo por mis pantalones, puede que sea un encuentro casual. Un hola, un chau, una mirada, un pequeño dato telefónico…son todos inicios de una historia inesperada… o esperada desde el nacimiento, claro… ¿quién sabe?

Sunday, February 04, 2007

Sobre uno de esos jueves

Un jueves por la tarde lloro
es que no queda otro remedio
el manejo del tiempo se aburre
y me grita
me avisa
que ya no vas a estar
que estas palabras serán eco
eco de tu imagen
eco de tu boca
eco de tu risa

Y alguna excusa tiene que estallar
pensá
pensalo
inventá
inventalo
el tiempo se aburre
dice que me apure
pero mi cuerpo no corre
nunca lo hizo
ni siquiera con miedo
o con esta cara de andar
de andar por los pasillos
buscando algún lugar
que deje una huella
una agenda
y en ella una fecha
que encuentre espacios
o instantes efímeros
que corran para siempre
para estar
y no abandonar esta historia
aunque ese jueves cueste
dejarla escapar sería un mal capítulo
aunque ese jueves duela
y aunque ese jueves vuelva a costar
Por eso enfrento
y en frente de tu cara me descifro
para que las prosas vuelvan en caricias
en cosquillas
y en frases comunes pero únicas
universales pero propias
en un lugar
entre la sábana y el tacto
sentido único y admirado
para que te diga alguna cosa
sencilla pero cierta
y así poder cerrar los ojos
sabiendo que no dejé caer
una entrega poco terrena
de esas divinas
y quizás entienda algún día
que la vida corre en calendarios
pero también detiene su rutina
y ahí estás vos
ahí estoy yo
sin tiempo y espacio
con aquél jueves superado
y lejano
y un recuerdo de por medio
que todavía hoy lo hablamos
con risas y colores
...por algún tiempo más
nunca dejemos de contarlo.