Monday, June 04, 2007

Bicicleta sin rueditas

Preferirá la risa a la amarga ulcera. Preferirá cosquillas a la rojiza cachetada. Se deslizará a contramano, inconsciente, y el viento golpeará en su cara hasta que le lloren los ojitos de niño congelado y así pueda recordar. Su bicicleta, dos rueditas, luego una, luego mano en el asiento, y a volar solo sin más respaldo que el aire, con un grito afónico de miedo y entusiasmo, alegría y soledad.
El camino lo desliza y casi sin apuro se tropieza. No ve, el viento se lo impide. No escucha, la tormenta lo tapa. Se levanta de la cama y al costado su bicicleta. Todo fue un sueño, piensa. Ojalá todo lo fuera y quizá lo sea. Vuelve a cerrar sus ojos, le pide a Dios alguna señal de auxilio, y sin tanto misterio conoce. El pedido es concedido, aunque en un tamaño enorme que tal vez no merezca. Ya no está el viento, tampoco la bicicleta, los tropiezos infantiles se durmieron. Está ella, su mirada, los ojos en sus ojos, motivos existenciales resueltos -que tal vez Sartre o Heidegger nunca pudieron solucionar-, y algún que otro consuelo infinito.
Preferirá su tierno abrazo a cualquier éxito mundano. Preferirá sus caídas a la infeliz perfección. Preferirá acompañarla y ser acompañado al inconcluso desierto vital. Preferirá su enojo maternal a la sola soledad, y reirá para siempre ante la amarga ulcera. Reirá con ella, su regalo, su pedido, su señal.